Cerámica - Liliana Italiano Mandrágora Almacén de Arte y Oficio |
Llevabas un vestido violeta, dijo. El día que te vi por primera vez. La memoria es un laberinto al que hay que concederle los señuelos. Juega con nosotros, se aprovecha de nuestra desnudez. Si la memoria lo dice, uno le cree. Como si no hubiera más caminos. Aunque mienta, como lo hace tantas veces. No tiene el dolo del engaño, más bien, es una especie de inmanencia. La cosa se actualiza en uno, incluso en el pasado. La memoria de nosotros mismos siendo lo que somos antes de que llegáramos a serlo. Yo me dejo llevar por la memoria, aunque no recuerde. Llevaba vestidos por la época, sí, igual que ahora; y él me vio por primera vez. El violeta es suyo. Yo lo vi por primera vez 10 años después de que nos hubiéramos visto la primera vez, y no sé lo que llevaba. Recuerdo lo que traía. Recuerdo que uno venía con la urdimbre y el otro con los patrones del diseño. La memoria tira de los hilos y vuelve a tejer la trama. No hay nostalgia. Una urdimbre se volvió clara, un tejido se hizo violáceo. A veces los encuentros no son otra cosa que tinturas. Nos cruzamos, nos tocamos un poco y regresamos a casa de un color que ahora es nuestro, o con una raíz de tinte diferente. La memoria quizá sea un color. La memoria quizá sea el reflejo de lo que estuvo cerca de ser, que ya olvidamos. Esas nubes que siguen haciendo el tiempo en el espejo del lago.
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