Fotografía de Carlos Martino - Urbanos y Humanos https://carlosmartino.com/#!/-urbanos-y-humanos/ |
Una vez, hace ya varios años, cuando vivía en ese lugar que una vez pude elegir, festejamos algo. Algún cumpleaños. Era habitual que para eventos como ese aparecieran en casa personajes que nunca sabía muy bien de dónde habían salido, pero eran bienvenidos porque venían a dejar algo en la casa, en el jardín o en alguno de sus habitantes. A veces eran metales pesados, como los de los perfumes finos, que permanecen y enrarecen los olores cotidianos. Otras veces eran gotas de rocío que, sin explicar, anunciaban la mañana. Esa vez fue un hombre mayor (hoy apenas mayor que quien suscribe). Del campo, de algún lugar que habita ese imaginario “campo” para los urbanos y que viene de más allá de la geografía. Ese hombre había sido analfabeto hasta hacía poco tiempo. Aprendió a leer y a escribir porque tenía algo que decir. Escribió un libro de poemas. Nunca pude leerlos, solo tengo su relato. Lo cierto es que la fiesta terminó horas antes de que pasara un colectivo que lo llevara a alguna parte y quien lo había traído ya no estaba. Puse la pava y nos sentamos a esperar que se hiciera la hora en que pudiera partir. Recitó algunos de sus poemas mientras conversamos. Habló de sus tres hijos y de su mujer. Habló de sus entierros. No recuerdo su nombre. No recuerdo una palabra de sus poemas, pero me enseñó algo que aún estoy tratando de aprender. Cuando íbamos por el segundo termo de mates, sin mirarme, dijo: “M’hija es fácil. Está bien lo que le haga bien; y está mal lo que le haga mal. No se complique”. Amaneció. Lo acompañé a la parada del palo rojo, lo abracé. Nunca más lo volví a ver. Ese hombre me llevó al I Ching. Desde entonces solo me interesa saber qué es lo que "hace bien". Y hacerla fácil. Nunca le di las gracias. Vayan estas palabras para él, y que el viento de algún modo las acerque al campo.
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