Fotografía de Carlos Martino https://carlosmartino.com/#!/-urbanos-y-humanos/ |
Hay una edad en la que la palabra "antepasados" empieza a ganar espesor. Algo que se percibe. Alguien con quien una no habla (únicamente porque no puede mirarse, aún, en ese espejo) pero que inevitablemente invoca.
Luego, más adelante, hay otra edad en la que la palabra antepasados habla tan plenamente del presente. Una empieza a hablar, en secreto, porque son de la especie de la que se forma parte.
Ayer murió mi tía. Mi antepasada. Una de mis personas más amadas. Hablé con ella tanto, escuchó sin juzgarme, tanto. La enterré como enterré a mi otra antepasada, en un lugar en el que nos podemos encontrar. Sé que no hay ella, que solo hay yo, y sin embargo… Hay la ilusión de que la cercanía no es de cuerpos, es de voces, de palabras, de sentidos que toma el viento, de lunas que suben mares.
Hay una edad en la que mis antepasadas comienzan a guiarme. Una edad en la que estaría perdida sin la Mota y la Nilda.
Yo las nombro todos los días, deseando que, todavía, sean capaces de decir mi nombre.
Comentarios
Publicar un comentario