Henry Matisse |
A veces me sorprende la duración de esas cosas que no continúan. Los afectos que no fueron, son, ni serán para contar en días calendarios. Ni por las estridencias de alguna tarde tórrida ni por las zonas de escarchas donde pudieron cruzarse tus/mis raíces o mis/tus alas. Tampoco por el aliento azul del viento que a veces agita las mañanas (esas en las que no nos despertaron).
Porque no hubo sangre de crepúsculo que te/nos viera yacer sobre las piedras de un río, las rocas de un mar uruguayo, mucho menos bravo que el chileno, mucho menos Pacífico, mucho menos que vos, que yo, que un día martes cualquiera.
Porque contar tiene muchas voces, que son todas solas y que se apartan del árbol que no trepamos ni cuidamos ni cortamos ni miramos juntos. Y que, cuando el vapor del viento le mece las hojas que empiezan a asomar en una primavera, yo te pienso. Y pienso, qué raro, porque no hicimos recuerdos (como los alfareros, ni como las historias que valen la pena contarse), sino como los astros del cielo. Esos, que la luz que dan ha muerto siglos ha, y sin embargo... ya ves, sin esa luz extinta ¿quién saldría a los bosques por la noche?,
¿quién vería en el desierto de un martes tanta cosa brotada? como de un color, como de un sabor.
A veces me sorprende
vos
yo
los días martes
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