Dancing together - Chaim Goldberg - 1980 |
Me desperté con su voz en el teléfono. Tan chillona, demandante. No sé qué es lo que le debía, o qué me prestó o qué no le devolví esta vez. Eran las 9 de la mañana. Eran las 9 de la mañana del domingo. No paraba de hablar. No sé qué decía. Todo sonaba a reproche, a queja. A vinagre. “¿Por qué no sube la radio, abre la ventana del balcón, se saca la ropa y baila un poco?”. ¿Por qué no respira, esta mujer, entre una frase y la otra?” Su voz tenía la misma textura que sus manos. Áspera. Debían haber pasado como 5 minutos. Fue suficiente, era domingo, eran las 9 de la mañana. No me quedó otra, tuve que cortarle. Otra vez tuve que cortarle. Ya no me dieron ganas de quedarme en la cama. Limpié el baño, el living. No puse música. Qué raro.
Esa noche tuve un sueño. Buscaba un templo, un lugar para suavizar la piel de las serpientes. Encontraba caparazones de tortuga debajo de mi cama. Alguien me alisaba un poco las protuberancias. Era un sueño hondo.
Ella está en el jardín, mueve las manos. Las manos siguen a los brazos que siguen a la espalda que sigue a una música rarísima. Maravillosa. Ella baila.
Hoy, amanecí en Tailandia.
(Gracias Lu Bedini, siempre vuelven tus amaneceres en Tailandia)
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