El colectivo salía a las seis de la tarde desde la estación. Había comprado un asiento del lado del pasillo y en frente de la máquina de café para tener espacio con las piernas. O eso creí cuando compré el mismo número de asiento que la vez anterior, pero el colectivo tenía otra numeración y la máquina de café estaba en el espacio de al lado, junto a la escalera. Al menos, sí era pasillo. Acomodé la mochila entre las piernas y cerré los ojos. La mujer de adelante reclinó su butaca y sentí que me tocaba las rodillas, saqué la pierna derecha al pasillo. Un hombre enorme, con el cuello contra el techo del ómnibus y el mentón pegado al pecho me tocó el hombro y dijo, tengo el 13, con una voz suave que resonaba en los huesos. Me levanté para darle lugar ¿Cómo vamos a hacer?, pensé. Cuando me incorporé tuve que levantar la cabeza para mirarlo. Siempre había pensado que era una mujer alta, ahora lo ponía en duda. ¿Le molestaría si cambiamos?, preguntó con la misma suavidad y resonancia. Por s...
Hay hilos que nos tejen. A cada uno, y a la malla de seres que conformamos. De esos cruces se va urdiendo este blog. Gracias por visitar.