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Mostrando las entradas con la etiqueta relato breve

El agua II

Fotografía de Carlos Martino https://carlosmartino.com/ Agua plúmbea. Agua en horda que resbala, desliza. Agua que se ahueca en la extensión que abarca, en la raíz que colma. Poema del espacio, ahora tangible, en el aroma generoso. Agua sinuosa. Agua herida que ondula y arde y sabe a oceánico turquesa. Agua en el ombligo lúbrico, en el verdín del pliegue. Agua que explora. Agua profunda. Profunda duda -sólo el azar confirma al ocultarnos eso que nos manifiesta-. Agua blanda. Agua mansa de confusa hechicería. Piel de fruta en temporada. Delicadeza con punta de pestañas. Gestos de ritmos puros. Voz vítrea en colosal lluvia de peces. Piel encerada por las manos. Voz vibrátil. Voz en verbo. Voz que empuja, hiende la semántica del fuego y atraviesa. Va a emancipar las formas de un limbo incandescente. Piel de ámbar que penetra en el cono de las sombras tras un desgarramiento sonoro de los cuerpos que atañe únicamente a las caricias. Músculo turgente. Agua viscosa con ímpetu de

Visitas I

Fotografía de Carlos Martino - Malargüe https://carlosmartino.com/ Las palabras crean los objetos de los que hablan, decía por los 70, Michel Foucault. En la casa de R. en un distrito de San Rafael y siguiendo una huella que sigue al canal nos juntamos a despedir el año. Cosechadores de la vid y la ciruela y yo. Mis afectos, mis desconciertos y yo. La casa de adobe con una única ventana y dos puertas que dan ambas a la parra casi seca. No tiene agua potable ni no potable. Unos vecinos de cerca de la ruta les dan agua por medio de una manguera larga, a algunas horas y a absoluta discreción de sus dueños (tampoco se la prestan, limitan su solidaridad a que sus vecinos le paguen la cuenta municipal completa). La casa la dirige una mujer, y como era de esperar, uno entra y se encuentra un hogar. Es sombría, tiene dos sillas y una mesa amplia. No hay armarios, sobre una de las paredes pende un televisor de un montón de pulgadas (no tengo idea de cuántas) y afuera hay una antena de es

El tiempo II

Fotografía de Carlos Martino Un palafito en el mar https://carlosmartino.com/ Todo lo que ocupa una vida es mientras tanto. Hacemos lo importante, lo urgente, lo vital. Y mientras tanto. Entra el amor como una corriente cálida en el océano helado, el amante sigiloso que es Thor en la penumbra, la mañana cargada de trinos y de pájaros. Pasa el amor con nombres que se multiplican, con miradas que erizan la cintura, con toques virtuales y de manos. Llega la lluvia y todavía estás acá. Llega el invierno y estás acá. Donde yo llego, estás acá. Y mientras tanto. Hice la vida, hice la casa, hice los hijos, la mermelada y tu ensalada. Y estás acá, hablándome. Mirándome. Tocándome. Y mientras tanto, hicimos lo importante, lo urgente, lo vital. Todo lo que no podrá explicar jamás lo que realmente ha llenado nuestras vidas.

Los viejos III

Fotografía de Carlos Martino - Urbanos y Humanos https://carlosmartino.com/#!/-urbanos-y-humanos/ Una vez, hace ya varios años, cuando vivía en ese lugar que una vez pude elegir, festejamos algo. Algún cumpleaños. Era habitual que para eventos como ese aparecieran en casa personajes que nunca sabía muy bien de dónde habían salido, pero eran bienvenidos porque venían a dejar algo en la casa, en el jardín o en alguno de sus habitantes. A veces eran metales pesados, como los de los perfumes finos, que permanecen y enrarecen los olores cotidianos. Otras veces eran gotas de rocío que, sin explicar, anunciaban la mañana. Esa vez fue un hombre mayor (hoy apenas mayor que quien suscribe). Del campo, de algún lugar que habita ese imaginario “campo” para los urbanos y que viene de más allá de la geografía. Ese hombre había sido analfabeto hasta hacía poco tiempo. Aprendió a leer y a escribir porque tenía algo que decir. Escribió un libro de poemas. Nunca pude leerlos, solo tengo su rela

Animales I

Fotografía de Carlos Martino - Obscuros contrasentidos https://carlosmartino.com/#!/-obscuros-contrasentidos/ Cuando llegué a casa esa noche, me la encontré al fondo del jardín, donde está la huerta. Se quedó tiesa, la cabeza en dirección a mí y los ojos redondos en los faros del coche. No había visto ninguna todavía, aunque sabía que las había porque vi los hombres y los galgos pasearse en la noche con linternas por las fincas aledañas. Cuando hicimos la huerta con mi padre, de todos los peligros que previmos, no contamos con ellas. Tuvimos en cuenta el daño potencial de los perros y su pasión por escarbar la tierra húmeda; la alambramos. Sabemos de los hábitos de las hormigas y los caracoles; plantamos las aromáticas y las margaritas amarillas alrededor del alambrado. El granizo no se hizo esperar, golpeó los brotes de zapallos, quebró los maíces altos. No tardamos en cubrirla con la tela protectora. ¿Pero las liebres? Esa noche la miré como se hubiera visto un búfalo. Era el

La memoria I

Cerámica - Liliana Italiano Mandrágora Almacén de Arte y Oficio Llevabas un vestido violeta, dijo. El día que te vi por primera vez. La memoria es un laberinto al que hay que concederle los señuelos. Juega con nosotros, se aprovecha de nuestra desnudez. Si la memoria lo dice, uno le cree. Como si no hubiera más caminos. Aunque mienta, como lo hace tantas veces. No tiene el dolo del engaño, más bien, es una especie de inmanencia. La cosa se actualiza en uno, incluso en el pasado. La memoria de nosotros mismos siendo lo que somos antes de que llegáramos a serlo. Yo me dejo llevar por la memoria, aunque no recuerde. Llevaba vestidos por la época, sí, igual que ahora; y él me vio por primera vez. El violeta es suyo. Yo lo vi por primera vez 10 años después de que nos hubiéramos visto la primera vez, y no sé lo que llevaba. Recuerdo lo que traía. Recuerdo que uno venía con la urdimbre y el otro con los patrones del diseño. La memoria tira de los hilos y vuelve a tejer la trama. No h

Los viejos II

Fotografía de Carlos Martino -Juntadora de algas en Coquimbo https://carlosmartino.com/#!/-urbanos-y-humanos/ Anoche vino a visitarme en sueños. Con su cara en blanco y negro y esa mirada que te asoma a un estanque profundo. Esa claridad de lo que brilla en lo oscuro. Me miró con esos ojos. Fue una sentencia y un abrazo. Ella guardó el silencio en el silencio y desaprendió lo necesario. Habló la lengua de los conquistadores, aprendió a rezar y escribió su nombre por caridad de unas maestras francesas que habían subido a la montaña. Cuando alguna travesura nuestra podía a ser dañina usaba la palabra winca. “No sea winca, mierda”, nos decía. Solo un par de veces la escuché decir palabras que venían de otro mundo. Pero dejó la gota, solamente la gota; y como pudo. Anoche, mi abuela araucana me visitó en sueños. Vino a recordarme la gota, vino a pedirme que la encuentre. Con firmeza de ojos negros, no con ternura. Estos días, el presidente de mi país hizo declaraciones, en países “b

La noche I

Fotografía de Carlos Martino - Espacios https://carlosmartino.com/#!/-espacios/ Y así, como si fuera una gran ruta, una vía láctea de encuentros y de roces en la noche, estamos juntos. Hoy, en esta luna. Este es el eclipse que nos dio lugar. Un valle, un lago, la sensibilidad del agua y el recuerdo del olor a una lluvia que se hace esperar. Viniste. Extraño la lluvia y todo lo que borra. Cenamos, brindamos y nos despedimos. Cada encuentro es la celebración y el hasta luego. Estás acá, estamos acá. Antes y después son datos que se nos escapan. Por eso me gustás. Por el roce imantado en la noche, por el agua y porque no sufrís cuando la lluvia borra. Esos pasos somos. Los que estaban aquí que acaban de desaparecer. Ese espejo somos. El del lago que no nos mira, pero nos devuelve. Volvé, pienso. Volvé. Pero ya no estás. Otra vez se me pierde tu rostro en el sueño.

El viento II

Fotografía de Carlos Martino - Espacios https://carlosmartino.com/#!/-espacios/ La población indígena donde hacían la “veranada” era el último punto del recorrido. A partir de allí emprenderíamos el regreso. Era nuestro tercer día en la montaña. La tercera noche sería en un punto a la vuelta de la población donde cazaban su provisión de guanacos para el invierno. Era enero, pleno verano en la cordillera. Mi caballo era petizo, el más manso, porque no me atrevería a dar indicaciones a un animal mil veces más grande y sabio en cuestiones de montaña. Cuando llevábamos un par de horas de marcha comenzó el viento blanco, íbamos por un desfiladero a más de 3.500 metros de altura. Nos cubrimos la cara con pañuelos y ajustamos la cuerda del sombrero al mentón para que no se volara. El volcán por el que estábamos cruzando se llama Overo, que en el español nuestro quiere decir manchado. Manchas blancas de hielo sobre un paisaje completamente negro (salvo el cielo, que hay que verlo). El

El tiempo I

Cerámica liliana italiano  http://lilianaitaliano.blogspot.com.ar/ - Esa mujer. - ¿Cuál? - La de saco rojo... El año anterior habíamos pasado las fiestas en un hostal perdido entre el mar y la montaña, al sur. Necesitábamos una luna de miel, según ella. El año se empieza frente al mar, según yo. Seguramente los verdaderos motivos eran los que poníamos al abrigo incluso de nosotros mismos. El hostal estaba prácticamente vacío. Un recepcionista que, además, hacía de mozo a las horas indicadas. Un pintor con acento extraño y una mujer de rasgos locales pero con ropa de acento extraño. Siempre el mismo saco rojo. Siempre una mirada que, de tan presente, parecía calar en el silencio. A veces estaba tras el mostrador de la recepción. Mirando. Muda como piedra. Una mañana la vimos en la playa. Era temprano y la bruma aún no se levantaba. Desde la ventana la escena era un poco fantasmal. Y fantástica. Estaba sentada en una silla mirando hacia el mar. El pintor tenía los p

Los viejos I

Fotografía de Carlos Martino - Urbanos y Humanos https://carlosmartino.com/#!/-urbanos-y-humanos/ Casi siempre era de día, por eso la magia pasaba desapercibida. Escupía un pan redondo con una colita arriba y cenizas en la base, caliente, muy caliente, para el mate cocido. Cuando había manteca las aureolas de grasa flotaban en la tazona de loza amarilla. Habitualmente no había (la luz eléctrica llegó cuando yo ya había empezado el colegio, y por eso conservarla era un problema) el dulce de duraznos alcanzaba. La primera vez que lo vi de noche fue para mí una especie de revelación. Juntaba ramitas —que no servirían de mucho— mientras ella encendía el fuego adentro de esa boca. Vi cómo sacaba las brasas y limpiaba el piso con el zuncho; yo atenta y muy sentada en una caneca agujereada. “Páseme los trapos mojados. Esos, m’hijita”, me decía y señalaba la batea. La vi tapar con esos trapos húmedos la tronera y salir a lo oscuro a buscar algo. La magia se hizo en el instante en que mi

El agua I

Fotografía de Carlos Martino - Espacios https://carlosmartino.com/#!/-espacios/ El desbordamiento. Desbordar. Ayer fuimos al río, estaban cerradas las compuertas y apenas corría un hilo de agua. Habían quedado quietas, en silencio, las zonas más profundas del Atuel. Eso que nunca vemos, esa paz del cauce sin agua. Ese silencio incómodo. El río habla. El cauce, calla. Mirando el fondo del río, los colores tan nítidos de las piedras, reparé en esa transparencia que uno suele encontrar en ojos que ya no podrá olvidar. Ayer crucé al otro lado del río. Ayer vi, de nuevo, tus ojos. Crucé al otro lado, ese lado en el que los pastos son más verdes. Ese en el que el agua es esmalte de las piedras. Escuché el sonido y lo confundí con el viento. Cuando levanté la vista el torrente se venía encima de mí. Toda esa agua. Tanta furia. Tan de tus ojos. Pegué un salto, en la roca difícil, para protegerme. Quedé del lado equivocado del curso de agua, donde no había más que yo. Tuve miedo. Atra

El viento I

Foto de Carlos Martino - Urbanos y Humanos https://carlosmartino.com/#!/-urbanos-y-humanos/ Es en ese momento de la duermevela, ese ratito antes de caer en las nubes definitivas del sueño, que aparecen. Un hombre se levanta a poner agua a los camellos. Una mujer se quita la burka y se sacude el pelo larguísimo en una habitación sin espejos. Una niña ve la luna por la ventana y siente miedo. Otro joven abraza la cintura del estudiante —con una intensidad mayor que la habitual— arriba de una moto en una ciudad que llueve. Una joven mira lo que no se ve. Unos padres ruegan que la noche no tenga llantos. Los amantes se buscan sin reconocerse y vuelven a casa. Están tristes. Yo me pregunto de dónde salieron las fresias que florecieron en mi jardín. Mi hermano teme que se escape la yegua, otra vez. Mi hermana reza, escribe y reza. Los hijos duermen el balanceo de las hamacas. Y el sueño llega como un viento que separando, une. Allí los amantes miran la luna. La cintura cede al abrazo